Después
de la tormenta viene la calma, me dije, al momento en que comenzaba a sentir la
ironía de la situación y las sarcásticas carcajadas de las abundantes gotas de
lluvia que cada vez azotaban con más fuerza mi magullado cuerpo. Se sentía bien
el saberse vivo, pero definitivamente no en estas condiciones. Traté de
moverme, pero ningún músculo respondía a mis llamados, ninguno más que mi
corazón, latiendo lenta y cansadamente, en ahogadas pulsaciones, desesperado
por saltar fuera de mi pecho, gritar hasta desgastarse y hacerse uno con la
suave brisa que en ese momento comenzaba a levantarse de su vespertino letargo.
Dejando
de lado todo pensamiento que no tuviese importancia en ese preciso momento
junté fuerzas y traté nuevamente de obligar a reaccionar a mi cuerpo, esta vez,
respondiendo únicamente mis dedos y la parte superior de mis piernas, aún no
era suficiente como para continuar, pero era lo suficiente como para percatarme
del intenso dolor que este acto implicaría más tarde. Una solitaria lágrima de
dolor, puro y sordo dolor corrió por mi mejilla. Recorrió raudamente mi
fisonomía, hasta llegar a mi cuello para sofocarme y luego bajar por mi torso en
forma de un eléctrico escalofrío que se fundió con el piso, haciéndolo salino,
quebrajándolo y quemándome, consumiéndome hasta los huesos. En ese momento
traté una vez más de levantarme, cegado por el deseo de conseguir mi propósito,
encontrando en el dolor la máxima satisfacción y prueba de vida. No hubo
resultado positivo. Parecía que lo único que deseaba ahora mi cuerpo era
desobedecer mis llamados a levantarse, sólo buscaba el vegetar en la pétrea superficie
que poco a poco me envolvía con más fuerza y pasión haciéndome una con el suelo
y con mi entorno. Quería salir, levantarme y correr, flotar y deshacerme del
dolor de una vez por todas. La sola idea de poder abrir los ojos completamente
me sobrecogió. Lentamente salí de la penumbra en la que me encontraba, para
verme rodeado de una borrosa niebla, que servía de abrigo para cavilaciones
acerca del peso de la lluvia sobre mis extremidades, como ésta parecía
desintegrarlas lenta y ardorosamente, llenando los costrones en el suelo con
pequeñas gotas de lo que alguna vez fuese mi propio sufrir, ahora completando
el ciclo de mi contento. El incierto futuro que representaba además la claridad
existente a mí alrededor era desconcertante, no significaba más que el limbo en
el que mi vida se encontraba, el hilo del que pendía mi alma. Aspiré
profundamente, sintiendo nada más que el vacío en el aire, ningún aroma,
ninguna vida, nada agradable o desagradable. Los únicos sentimientos que
arrastraba eran los que traía conmigo anteriores a la caída, se sentían como
despertar de una noche de malos sueños. Sentía mi boca seca, amarga, la poca
saliva existente se mostraba espesa, llena de dudas y de arrepentimientos
materializados en la desesperación, ahogando los gritos que intentaba expulsar
de mí pecho, para remover la piedra que lo oprimía. Provocaba el absorber las
diminutas gotas que me azotaban. Logré por fin voltear mi cuerpo y quedar recostado
sobre mi espalda, ahora todo parecía aún más confuso de lo que debería. Sobre
mí, el turbulento cielo parecía divertido delineando mi cara con sus decadentes
gotas de lluvia, que me arañaban brutalmente, tan fuerte como puede hacerlo una
gota de lluvia, hiriendo cada poro, para hacerlo suyo, evaporarse y enviarlo
hacia la inmensidad, reutilizándolo como culpa de quienes hacen sufrir
desmedidamente. Por primera vez sentía que mi vida tenía propósito.
Mi
frustración alcanzó el máximo punto cuando me percaté de que esas gotas se
evaporaban antes de entrar en contacto con mi lengua, dándome a entender que en
este lugar y en el estado en que me encontraba, no era capaz de encontrar
satisfacción, por lo menos no aún. Solté mis músculos y me dejé llevar por la
tibia vibración de la tierra, sumiéndome y aceptando su burla por no encontrar
el sabor de la lluvia. Cerré mis ojos y descansé. Creo haber perdido el
conocimiento por algunos minutos, porque cuando me percaté de mi entorno
nuevamente, había parado de llover, ahora el ambiente se sentía cálido y
distante, como esperando la aprobación de quienes coexistían con él en ese
minuto. La deliciosa brisa que me recibía en un comienzo se había extinguido,
disuelta en el ambiente. Ahora el pegajoso calor que existe en el desierto
luego de la lluvia se presentaba en gloria y majestad, acosándome como la parte
de la conciencia que tendemos a evadir, debido a la mordacidad de sus palabras.
Me perseguía tratando de decirme algo, sin alejarse, aferrándose a mí,
adhiriéndose a mi piel, abrazándome con una delgada capa de dolor, como
pequeñas y delgados aguijones que cosquilleaban sobre mi húmeda piel,
haciéndola sentir afiebrada y adolorida.
El
cielo se veía ahora más oscuro, de un tono azul violado, tan puro, lleno de sentimientos,
que poco a poco se esparcían para dejar entrar la débil luz del sol que
acariciaba la sal con sus rayos. Esto me tranquilizó, me hizo pensar que quizás
no estaba del todo tan mal allí, al momento en que continuaba cambiando caleidoscópicamente
de color y forma la sombría sonrisa que se posaba y me observaba incansablemente.
Dejaba de lado mi rabia y mi frustración para darle espacio a un nuevo
sentimiento de incertidumbre gozosa, de expectación latente ante lo que ahora
pudiese ocurrir. No volvería a recostarme, el esfuerzo para levantarme era
demasiado y el sólo hecho de pensar en volver al piso era frustrante y dolorosa.
La resignación que de a poco llenaba el espacio dentro de mi cuerpo me impedía
el rendirme, de manera triste, pero instando a mejorar. Sentía el campo
magnético que se levantaba sobre mi cabeza y era acompañado de los rítmicos
truenos que en un comienzo iluminaban la grandeza y magnitud del desierto de
sal para posteriormente hacerlo retumbar, reprochándolo por su hostilidad. Me
sentí protegido. Por un minuto quise correr a encontrarme con ese tierno padre
que debía estar detrás de tan exquisita obra, luego desistí. En cambio, extendí
mis brazos hacia el espacio, hasta que sentí la fuerza del aire levantándome nuevamente,
alivianando el peso que llevaba sobre mis hombros, toda la frustración y el
dolor acumulado. Cada vez más me acercaba a un callejón sin salida ni final,
frente a mí, un torbellino que representaba mi turbada mente, casi al punto de
explotar. Debí parar, no soportaba ya el peso sobre mis hombros y la presión
sobre mis pies.
La
necesidad de salir fuera de mi cuerpo dio resultado al momento en que mi cansancio
me venció luego de estar en contacto con el infinito por extensas horas,
estirándome dolorosamente cada milímetro más; era capaz de hacer todo lo
necesario por conseguir la paz que necesitaba. Desplomándome y desintegrándome
finalmente, en una danza con la brisa que dio la bienvenida a este lugar, floté
entre las nubes y mi padre, sintiendo felicidad. De este modo comprendí mis
pensamientos y mis dudas, recordé el momento en que decidí poner esa arma en mi
cabeza…
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