Sunday 19 April 2015

Desintegración



Después de la tormenta viene la calma, me dije, al momento en que comenzaba a sentir la ironía de la situación y las sarcásticas carcajadas de las abundantes gotas de lluvia que cada vez azotaban con más fuerza mi magullado cuerpo. Se sentía bien el saberse vivo, pero definitivamente no en estas condiciones. Traté de moverme, pero ningún músculo respondía a mis llamados, ninguno más que mi corazón, latiendo lenta y cansadamente, en ahogadas pulsaciones, desesperado por saltar fuera de mi pecho, gritar hasta desgastarse y hacerse uno con la suave brisa que en ese momento comenzaba a levantarse de su vespertino letargo.

Dejando de lado todo pensamiento que no tuviese importancia en ese preciso momento junté fuerzas y traté nuevamente de obligar a reaccionar a mi cuerpo, esta vez, respondiendo únicamente mis dedos y la parte superior de mis piernas, aún no era suficiente como para continuar, pero era lo suficiente como para percatarme del intenso dolor que este acto implicaría más tarde. Una solitaria lágrima de dolor, puro y sordo dolor corrió por mi mejilla. Recorrió raudamente mi fisonomía, hasta llegar a mi cuello para sofocarme y luego bajar por mi torso en forma de un eléctrico escalofrío que se fundió con el piso, haciéndolo salino, quebrajándolo y quemándome, consumiéndome hasta los huesos. En ese momento traté una vez más de levantarme, cegado por el deseo de conseguir mi propósito, encontrando en el dolor la máxima satisfacción y prueba de vida. No hubo resultado positivo. Parecía que lo único que deseaba ahora mi cuerpo era desobedecer mis llamados a levantarse, sólo buscaba el vegetar en la pétrea superficie que poco a poco me envolvía con más fuerza y pasión haciéndome una con el suelo y con mi entorno. Quería salir, levantarme y correr, flotar y deshacerme del dolor de una vez por todas. La sola idea de poder abrir los ojos completamente me sobrecogió. Lentamente salí de la penumbra en la que me encontraba, para verme rodeado de una borrosa niebla, que servía de abrigo para cavilaciones acerca del peso de la lluvia sobre mis extremidades, como ésta parecía desintegrarlas lenta y ardorosamente, llenando los costrones en el suelo con pequeñas gotas de lo que alguna vez fuese mi propio sufrir, ahora completando el ciclo de mi contento. El incierto futuro que representaba además la claridad existente a mí alrededor era desconcertante, no significaba más que el limbo en el que mi vida se encontraba, el hilo del que pendía mi alma. Aspiré profundamente, sintiendo nada más que el vacío en el aire, ningún aroma, ninguna vida, nada agradable o desagradable. Los únicos sentimientos que arrastraba eran los que traía conmigo anteriores a la caída, se sentían como despertar de una noche de malos sueños. Sentía mi boca seca, amarga, la poca saliva existente se mostraba espesa, llena de dudas y de arrepentimientos materializados en la desesperación, ahogando los gritos que intentaba expulsar de mí pecho, para remover la piedra que lo oprimía. Provocaba el absorber las diminutas gotas que me azotaban. Logré por fin voltear mi cuerpo y quedar recostado sobre mi espalda, ahora todo parecía aún más confuso de lo que debería. Sobre mí, el turbulento cielo parecía divertido delineando mi cara con sus decadentes gotas de lluvia, que me arañaban brutalmente, tan fuerte como puede hacerlo una gota de lluvia, hiriendo cada poro, para hacerlo suyo, evaporarse y enviarlo hacia la inmensidad, reutilizándolo como culpa de quienes hacen sufrir desmedidamente. Por primera vez sentía que mi vida tenía propósito.

Mi frustración alcanzó el máximo punto cuando me percaté de que esas gotas se evaporaban antes de entrar en contacto con mi lengua, dándome a entender que en este lugar y en el estado en que me encontraba, no era capaz de encontrar satisfacción, por lo menos no aún. Solté mis músculos y me dejé llevar por la tibia vibración de la tierra, sumiéndome y aceptando su burla por no encontrar el sabor de la lluvia. Cerré mis ojos y descansé. Creo haber perdido el conocimiento por algunos minutos, porque cuando me percaté de mi entorno nuevamente, había parado de llover, ahora el ambiente se sentía cálido y distante, como esperando la aprobación de quienes coexistían con él en ese minuto. La deliciosa brisa que me recibía en un comienzo se había extinguido, disuelta en el ambiente. Ahora el pegajoso calor que existe en el desierto luego de la lluvia se presentaba en gloria y majestad, acosándome como la parte de la conciencia que tendemos a evadir, debido a la mordacidad de sus palabras. Me perseguía tratando de decirme algo, sin alejarse, aferrándose a mí, adhiriéndose a mi piel, abrazándome con una delgada capa de dolor, como pequeñas y delgados aguijones que cosquilleaban sobre mi húmeda piel, haciéndola sentir afiebrada y adolorida.

El cielo se veía ahora más oscuro, de un tono azul violado, tan puro, lleno de sentimientos, que poco a poco se esparcían para dejar entrar la débil luz del sol que acariciaba la sal con sus rayos. Esto me tranquilizó, me hizo pensar que quizás no estaba del todo tan mal allí, al momento en que continuaba cambiando caleidoscópicamente de color y forma la sombría sonrisa que se posaba y me observaba incansablemente. Dejaba de lado mi rabia y mi frustración para darle espacio a un nuevo sentimiento de incertidumbre gozosa, de expectación latente ante lo que ahora pudiese ocurrir. No volvería a recostarme, el esfuerzo para levantarme era demasiado y el sólo hecho de pensar en volver al piso era frustrante y dolorosa. La resignación que de a poco llenaba el espacio dentro de mi cuerpo me impedía el rendirme, de manera triste, pero instando a mejorar. Sentía el campo magnético que se levantaba sobre mi cabeza y era acompañado de los rítmicos truenos que en un comienzo iluminaban la grandeza y magnitud del desierto de sal para posteriormente hacerlo retumbar, reprochándolo por su hostilidad. Me sentí protegido. Por un minuto quise correr a encontrarme con ese tierno padre que debía estar detrás de tan exquisita obra, luego desistí. En cambio, extendí mis brazos hacia el espacio, hasta que sentí la fuerza del aire levantándome nuevamente, alivianando el peso que llevaba sobre mis hombros, toda la frustración y el dolor acumulado. Cada vez más me acercaba a un callejón sin salida ni final, frente a mí, un torbellino que representaba mi turbada mente, casi al punto de explotar. Debí parar, no soportaba ya el peso sobre mis hombros y la presión sobre mis pies.

La necesidad de salir fuera de mi cuerpo dio resultado al momento en que mi cansancio me venció luego de estar en contacto con el infinito por extensas horas, estirándome dolorosamente cada milímetro más; era capaz de hacer todo lo necesario por conseguir la paz que necesitaba. Desplomándome y desintegrándome finalmente, en una danza con la brisa que dio la bienvenida a este lugar, floté entre las nubes y mi padre, sintiendo felicidad. De este modo comprendí mis pensamientos y mis dudas, recordé el momento en que decidí poner esa arma en mi cabeza…

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